22 de Octubre de 2022 - Por Diego Rojas Fuente:Infobae

¿Por qué alguien, con todos los problemas que tiene, se vuelve un militante? Lucas Rubinich lo sabe

Dirigió la Facultad de Sociología y ahora, en su libro "Contra el homo resignatus" analiza la realidad argentina de hoy. Dice que no hay proyecto político y que "San Martín, Rosas, Perón, la identidad radical: todo eso está destruido".

Lucas Rubinich
Por: Diego Rojas

Lucas Rubinich, en la Facultad de Ciencias Sociales. (Maximiliano Luna)


Hay un método Rubinich. Bueno, siempre hay un método -basta recordar a Shakespeare que le hace decir a Polonio en referencia al príncipe Hamlet: “Hasta en su locura hay un método”-, pero el de Rubinich debe señalarse para ayudar a comprender un poquito mejor las cosas. ¡O no! Chusméese su bio de Twitter en la cuenta @lucasrubinich, que dice: “Disidente del catolicismo croata, con influencias del catolicismo ortodoxo y la cultura romaní y también del judaísmo e islamismo bosnio”. Pero no versará esta entrevista en desentrañar el significado de tal auto referenciación sino de actualidades y pasados, quieran las divinidades de la sociología, más interesantes y también urgentes.

Sociólogo, Rubinich da clases en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, donde dirigió la carrera de Sociología entre 2004 y 2010. Fan del arte y la conversación, escribió el libro Contra el homo resignatus (publicado por Siglo XXI) en el que intenta establecer un panorama general de la situación social argentina, acudiendo a diversos hechos de la historia y formas del pensamiento, para sugerir que se puede plantear una estructura social diferente, un cambio, una transformación que -se ve en sus páginas- no solamente es posible sino necesaria. Y frente a su segundo hogar, #fsoc (como se llama a la facultad en las redes sociales), conversó en un bar con Infobae Leamos, café mediante.

Pero Lucas Rubinich casi no toma su café sino que responde cada pregunta con pasión. Alude a unos momentos del pasado pero no con nostalgia por aquello que ya se ha ido sino para que una memoria ayude a comprender. Dice: “Lo que encuentro es una situación de aceptación de lo inevitable en aquellos sectores tuvieron tradiciones reformistas que, más o menos acentuadas, tenían una presencia muy significativa. Después de la Segunda Guerra Mundial estaba la idea de que debía existir una sociedad en la que, de alguna manera, estuvieran todos incluidos, aunque fuese en términos retóricos -independientemente de que se plantearán cuestiones como la explotación y la desigualdad- y había propuestas de una sociedad inclusiva aún en los sectores que uno podía llamar de cultura liberal democrática con sensibilidad social. Esa cultura era muy poderosa en la segunda posguerra, no sólo en la clásica socialdemocracia, sino también en partidos tradicionales que, algunos de una manera más elegante, otros de una manera más autoritaria; tenían preocupaciones de pensar una sociedad inclusiva”.

 

El sueño de la sociedad inclusiva, ¿no está más?

El sueño de la sociedad inclusiva, ¿no está más? (Shutterstock)

 

Rubinich dice que ve esto “en viejos profesores, más viejos que yo todavía, que participaron de la lucha por la Laica o la Libre. Algunos de ellos se radicalizaron, pero otros, sin radicalizarse, siguieron siendo de una cultura democrática con sensibilidad social y hoy su discurso, que no ha cambiado demasiado pero parece muy radicalizado. Sobre todo cuando la socialdemocracia europea, el radicalismo o el mismo peronismo no creen que haya ninguna posibilidad de pensar en una integración. Una mujer que participó de la Laica o Libre como primera experiencia me decía: ‘No queríamos universidades católicas. Pensábamos que la universidad pública era herencia de la ley 1420, que teníamos que defender la educación laica’. Y no eran personas de izquierda, en el sentido clásico, sino liberales democráticos con sensibilidad social. Lo que le indigna a esta mujer y otras que participaron de experiencias así en la década de 1950 o 1960 es que muchos de sus coetáneos creen que la cosa es así, que no se puede hacer nada, que se puede hablar directamente de población desechable”.

-Usted cita a un funcionario de Alberto Fernández que le dice que no será posible integrar a un 25 o 30 por ciento de la población sin acceso a los derechos básicos.

-Mínimamente, que tenga derecho a la vivienda, a la salud, a las cosas básicas, elementales. Convengamos que no es la lucha por la emancipación humana, es la lucha por la integración. El funcionario había sido estudiante mío, venía no de Economía de la Universidad de Chicago, sino de Sociología de la UBA. Y me decía: “Como sociólogos sabemos que no se puede integrar al treinta y pico de la población”. Por supuesto proponía planes de ayuda. La manera de procesar las tradiciones inclusivas es con una voluntad neofilantrópica que, en realidad, para la tradición igualitaria del mundo argentino, hoca con esa mirada que tenían los europeos que decía: “Yo puedo progresar, no soy menos que nadie”. En el sentido común popular esa idea era muy potente, tanto en un simpatizante radical, después lo será en un simpatizante peronista.

-Entonces usted dice que este liberalismo democrático con sensibilidad social funcionó hasta la dictadura y quizás un poco con Alfonsín.

-Y después no funcionó más. Ese piso era un buen piso porque todo el proceso de radicalización de las clases medias en la década del sesenta tienen ese piso. Muchachos, jóvenes que tenían una mirada antifascista, básicamente, y que la mirada antifascista suponía estar por la educación pública, la salud pública, con una mirada reformista de la sociedad. Pero esa mirada reformista de la sociedad en medio de la deliberación, de los cambios producidos por Cuba, por la experiencia de Vietnam, de la Revolución Argelina y los procesos que se estaban dando en toda América Latina hicieron que las preguntas se fueran tornando cada vez más radicales. Pero se asentaban sobre ese piso, que era un piso muy favorable. El antifascismo era un modo de actualizar tradiciones de la Revolución Francesa.

 

-Pasa también que muchos sectores medios identificaban al antifascismo como al antiperonismo.

-Pero fijate que muchos muchachos que producían esa identificación produjeron cambios significativos. Para poner un ejemplo, Rodolfo Walsh, que festeja el golpe de 1955. Había un miembro de la Resistencia Peronista que decía: ‘Bueno, si yo hubiera estado en el primer peronismo habría sido antiperonista’. Después eso se deterioró. El presente antiperonista es un cachivache. Porque tampoco el peronismo es lo que fue, entonces, ¿contra qué te estás peleando? Es medio absurdo, una especie de caricatura.

-Ahora, para la inclusión de ese treinta por ciento, se debe pensar en procesos políticamente radicales.

-Sí. Pero lo interesante para pensar es que ni siquiera hay procesos de integración reformista aún en condiciones adversas. Bolivia hizo algunas cosas interesantes que podrían ser pensadas como radicales en el contexto del presente y no las hizo el Che Guevara. Argentina tiene un potencial extraordinario en términos de recursos humanos, en relación a la industria del conocimiento. Ahora, los partidos dominantes, ¿tienen un proyecto? No. Pero, ¿aquellos que dicen estar en contra de este presente, lo tienen? No, no lo tienen.

-Entonces…

-Ah, ni idea. Pero si hay una latencia, si existe, puede transformarse en otra cosa. Aún en el deterioro del presente hay un nivel educativo muy alto en amplísimos sectores medios. Esto se ve en cómo mucha gente joven se inserta en lugares internacionales diversos. Se podrían usar estos recursos, pero para eso tenés que tener proyectos. Pero los partidos que podrían hacerlos, no los hacen.

“Bolivia hizo algunas cosas interesantes que podrían ser pensadas como radicales en el contexto del presente y no las hizo el Che Guevara”


-Sin embargo, se puede ver en el actual gobierno, por ejemplo, a muchos funcionarios graduados universitarios, gente muy educada, pero no pasa nada con esa integración.

-No. Porque nadie se hace esa pregunta: ¿podemos tener un proyecto político? Pero eso significaría formar espacios de deliberación, no digo asambleas, sino mínimos espacios de deliberación, y nadie está dispuesto a que eso ocurra. No hay proyecto político, no están dispuestos a tenerlo y, en este contexto, no pasa nada. La clase política convencional es presa de pensar lo posible en tanto ‘lo posible hecho por otros’. Y eso es la anulación de la voluntad política de transformación. En 2006 Rolando García, rector de la universidad a quien le partieron la cabeza en La Noche de los Bastones Largos, dio una conferencia en la facultad. Tenía 87 años. Se ve que antes de empezar, con quienes hablaba le decíab que “no es posible”. Entonces estaba, a sus 87 años, muy divertido y también enojado. Y comenzó: “Me dicen que ‘no es posible’. ¿Ustedes se creen que lo posible se encuentra tirado en la calle? No ¡Lo posible se construye!

-En su libro usted hace una caracterización en la constitución del Estado Nación argentino de las luchas contra los caudillos y de la guerra contra Paraguay.

-En algún momento eso fue potente. Lo trato analíticamente. Por ejemplo, la trágica Guerra del Paraguay produce un ejército moderno acostumbrado a combatir con armas modernas y una especie de fascinación de la juventud unitaria por reproducir las condiciones de sus antepasados. Ahí muere Dominguito en combate en los brazos de Lucio V. Mansilla. Les parecía una apuesta muy importante por encontrar un honor que había tenido la generación anterior en las guerras de la Independencia. Yo no ignoro lo que fue la guerra del Paraguay, no lo ignoro, pero en términos analíticos eso fue muy importante para la construcción duradera de una elite, que fue la elite de la generación del 80. Tenía que ver con la pacificación del país, que se hacía a sangre y fuego, y que llevó a que el último rebelde llegara con 6.000 guerreros a kilómetros de acá, a 9 de Julio. Se lo llamó “el último malón” comandado por el cacique Cafulcurá, un hombre septuagenario y que condujo 6.000 guerreros. Pero fue parte de ese proceso.

 

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-En el sentido de rever la historia, Axel Kicillof, hombre de la UBA, de familia progresista, ex izquierdista, hoy se dice “rosista” y lo explica en entrevistas. ¿Hay una reapropiación de la historia o una pose?

-Lo que ocurre con quienes pertenecen a ciertos grupos es que producen un individuo liberado que se relaciona no con la tradición, sino con las hilachas de la tradición. No tenés un grupo real sino uno burocrático con voluntad de inserción en el sistema político. No tiene una identidad fuerte, no en términos de un partido ideológico en el sentido clásico, sino la identidad fuerte de partidos nacionales que tenían alguna identidad en relación con el pueblo. San Martín, Rosas, Perón, la identidad radical, bueno: eso está destruido. Entonces el individuo está solo, no tiene contención, no tiene nadie que le diga, que lo inhiba. Cualquiera puede decir cualquier cosa. Arbitrariamente.

-¿Y cómo ve al movimiento piquetero?

-Cuando estás en la pelea concreta es muy difícil. Yo reivindico fuertemente a los militantes que están en un momento muy difícil con una población que es difícil, porque no es la clase obrera. A veces hay desempleados de segunda y tercera generación. Entonces la acción política es muy difícil, acompañado por debates, que es la supervivencia de las mismas personas. Entonces se puede llegar a ser un contenedor de gente que está a punto de caerse del mapa. Gran respeto por esa experiencia militante. “Los seres humanos hacen su propia historia”, dice Marx en El XVIII Brumario, “pero no la hacen en condiciones hechas por ellos mismos sino bajo aquellas que les han sido dadas”. Entonces uno hace más lo que puede que lo que quiere. Son la memoria de resistir la voluntad de convertir esa voluntad de convertir esas poblaciones en poblaciones desechables.

-Pero ante una sociedad con ese 30 por ciento de la población desechable, ¿sirven estas reservas morales, políticas, ideológicas contra el homo resignatus?

-Creo que sí. La otra vez hicimos una clase porque un alumno mío fue preso cuando acusaron a manifestantes de tirar piedras al Congreso. Le sacaron fotos a tres tipos, uno no tenía la cara descubierta, un estudiante de sociología venezolano que fue preso acusado de asociación ilícita por lo que ni siquiera lo podían liberar. Hicimos clases públicas por su libertad. Cuando el pibe salió hicimos una clase celebrando su salida. Yo decía: “Estos pibes, de tradición de izquierda clara, son la memoria histórica”. Éramos muchos, pero a la vez éramos cuatro gatos locos. Muchos militantes de diversos partidos políticos, lo que me gustó. Éramos pocos en el mar general de las personas, bueno, así es la vida, pero hacen a esta porción de la Historia. ¿Por qué una persona frente a todas las adversidades que vive en un barrio se vuelve un militante? Bueno: es parte de la Historia.

 

 

Fuente: Infobae